85.

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Una vez Camden y Desi finalizaron de besucarla, los otros cuatros se tiraron encima de ella. Se pudo oír como Mery gimió desde el fondo, donde tan solo se le podía ver un pierna que estaba libre.

-¡La van a matar!

Alice comenzó a soltarlos cogiéndolos a uno por uno y estirando de ellos. Cuando llegó a Harry, necesitó la ayuda de sus tres amigas para sacarlo. Por raro que parezca, al que no se le podía separar era a Dougie, quien se quejaba de los estirones de esta con su aguda voz quejona.

-Doug, déjala respirar. –Le siguió insistiendo su amiga cogiéndolo por el cuello de la camisa y estirando de el hasta conseguirle separar por fin.
-Es que.. en parte a sido culpa mía todo esto.
-¿Cómo? ¡No! –Dijo Mery abrazándole esta vez ella. –Tú no tuviste la culpa de nada, ¿te queda claro?
-Pero es que es cierto..
-¡No! –Gritó ella separándose de el y golpeándolo en el brazo. –Lo repites y juro que te lo rompo..

Dougie puso cara de asustado. La cara de Mery era realmente terrorífica. Mostraba unas facetas de asesina que tan solo ella sabía poner.

-¿Me dejan sitio para sentarme? –Preguntó Alice rompiendo el silencio que se había formado. Nadie le hizo caso ecepto su novio, quien intentó echar hacía un lado, pero el sofá estaba abarrotado.
-No pasa nada. –Dijo cogiéndole de la mano y estirándole para que se levantara. –Yo me acoplo aquí. –Y se sentó en su lugar.
-Dougie… levántate y déjame sentarme. –Le pidió dirigiéndose al rubio.

El bajista bufó, pero se levantó del sitio sin decir nada y se sentó encima de las piernas de Harry. El lo abrazó con ambos brazos mientras Tom se sentaba.




Aquella noche, Mery se auto-invitó a quedarse a dormir en casa de Laia. Su madre ya se había acostumbrado a ella, por lo que no se quejó ni nada por el estilo. Como siempre, Mery trajo su enorme bolsa y como es lógico, también se trajo a Dori, con la que inició una de sus increíbles batallas.

-¡No Dori! ¡A la cama no se sube que la arañas! –Se quejó Laia mientras intentaba cogerla de forma que no la mordiera. -¡Mery! Dile algo que no me hace caso.
-Tshhh Dori. –La llamó y la mascota bajó enseguida de la cama. –Buena chica.
-Me tiene manía, como tu.

La castaña de ojos marinos pasó de ello y siguió viendo su película en el pc, mientras Laia intentaba encontrar algún que otro objeto con el que divertirse. Antes de que encontrara nada, su pierna empezó a bribar. La apartó asustada y pudo encontrarse el móvil de Mery, a quien la llamaba pero estaba puesto en silencio. La pantalla marcaba Jeremy.

-Mery… te está llamando. –Le dijo enseñándoselo. Ella lo miró de reojo y no mostró mucho interés.
-Ya lo sé. No para toda la tarde de hacerlo. Pasa de él.

Cuando la llamada se cortó fue a mirar en la bandeja. Treinta y dos llamadas de él. Increíble. ¿Y si realmente se arrepentía?

-Mery.. ¿y que ocurre si Jeremy te quiere pedir perdón?
-Es que no sé Laia… yo incluso saliendo con el lo veía como un amigo, y muchas veces quería cortar con él, pero me reservaba.
-¿Y si Doug lo hiciera?

Ella la fulminó con la mirada. Laia le contestó comenzando a elevar las cejas rápidamente sin parar. Mery rodó los ojos agobiada y bajó la tapa del ordenador. Cogió a Dori en brazos mientras la mascota se acoplaba en sus piernas para poder pasar las noches. Durante el silencio se podía oír los roncos y débiles ronquidos de la perra. A Laia le recorrió un sentimiento enternecedor que no pudo evitar.

-¿Y que harás cuando te encuentres a Jeremy cara a cara? –Mery la observó dudosa y asustada al mismo tiempo. –Algún día tendrá que pasar… él nos conoce.
-No se… intentaré no escucharle. –Dio un leve suspiro mientras cogía a Dori en brazos y la metía dentro de la cama junto a ella. -¿Y tú?
-¿Yo que?
-Hace tiempo que no me cuentas sobre tu vida amorosa; tengo muchas preguntas. –Dijo mientras una sonrisa maligna se le dibujaba en el rostro. -¿Habéis llegado a algo más Harry y tú? ¿Qué tal con Danny? ¿Aún le amas? –Laia no pudo evitar sonrojarse en la primera pregunta que hizo esta. -¡Pasó!
-¡Mery, cállate! –Gritó su amiga metiéndose entre la fina manta. Dori le gruñó debido a su elevación de voz. Laia le dirigió una de sus reservadas miradas de odio y repugnancia que tan solo tenía para ella.

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